Aquests dies de Nadal i cap d’any he aprofitat
per a llegir uns quants llibres de Ryszard Kapuscinsky. Coneixia “El emperador” –el
tinc en traducció a l’espanyol- sobre el Negus, que em va sembla magnífic, i tenia
ganes de llegir-ne més. A més, són llibres per a llegir amb un atles al costat,
i això és un al·licient.
Un dels que he llegit és “El Imperio” sobre l’extinta
URSS. Hi he trobat un paràgraf interessant –que potser molta gent ja coneix, però
jo no fins ara- i em sembla divertit de transcriure’l. Que cadascú pensi el que
vulgui.
“A finales de enero de
1990 viajé a Kíev por enésima vez. Mis interlocutores se mostraban muy
excitados, contándome lo que había sucedido. Y todos comentaban lo mismo: que
el 21de enero, aniversario de la proclamación de la efímera independencia de
Ucrania en 1918, cientos de miles de personas se habían dado la mano para
formar una cadena humana de más de 500 kilómetros, entre Kíev, Lvov y Ivano-Frankovsk.
Hoy, ante lo que sucedió en agosto de 1991, ante el derrumbamiento de una gran
parte del mundo (para mucha gente, del mundo entero) la formación de una cadena
humana, aunque midiera 500 kilómetros, puede antojársenos un gesto
insignificante, pero para mis interlocutores fue una conmoción, se trataba de
un milagro, de una revolución. Por varias razones, a saber: por primera vez se
llevó a cabo una gran acción no por orden del Comité Central, sino por iniciativa
de una organización joven e independiente, el RUJ. Sí, resultó que el llamado “papel
dirigente del partido” era una ficción, que el papel dirigente lo desempeñaban las
organizaciones que había creado la propia sociedad y que dicha sociedad sólo
quería obedecer a ellas. En segundo lugar, resultó que los ucranianos habían
preservado la memoria de su primera independencia, una memoria que los bolcheviques
habían intentado borrar durante setenta años. De ahí que la cadena tuviera tanta
importancia psicológica: apretó su lazo alrededor de la mayor pesadilla del
sovietismo que no era sino la sensación de vivir en una desesperanzada situación
sin perspectivas, sin salida.
A partir de ese momento,
la historia acelera su curso en Ucrania. Ya en enero, el Papa Juan Pablo II
aprueba la estructura de la Iglesia Católica de Ucrania (las relaciones entre
las cuatro comunidades cristianas –la Iglesia Católica de Ucrania, la Iglesia
Católica Romana, la Iglesia Ortodoxa y la Iglesia Ortodoxa Autocéfala
Ucraniana- son un capítulo aparte en la vida de la Ucrania moderna, un capítulo
lleno de tensiones emociones y dolor). En marzo, en la república se celebran
elecciones a los consejos de todos los niveles. En tres circunscripciones (la
Ucrania occidental) vuelve a ganar la oposición democrática (¡Cómo se hubiera
alegrado mi escritor ucraniano favorito, autor de la idea de la Ucrania
democrática, Vynnychenko!). Finalmente llega el 16 de junio: el parlamento aprueba
la Declaración de Soberanía de la República Socialista Soviética de Ucrania. La
Declaración pone de manifiesto la superioridad de las leyes de la república
frente a las soviéticas, así como el derecho a un ejército y una moneda
propios. A continuación manifiesta que Ucrania será un Estado neutral y
desnuclearizado (esto último tiene una gran importancia, debido a los enormes
arsenales de armas de destrucción masiva que se encuentran en el territorio de
la república). Con toda su importancia psicológica e histórica, la Declaración
del 16 de junio, en aquel momento, es más una proclamación de intenciones que
un documento constatando el estado real de las cosas.”
Qualsevol semblança amb uns altres episodis
històrics pot ser una casualitat. O no.
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